jueves, 21 de enero de 2010

CAPITULO 37

Ángel toma a Patricia de las manos.

- Cierra los ojos.

Patricia le mira extrañada, pero obedece. Cuando Ángel da un paso, Patricia abre uno de los ojos. Ángel se da la vuelta y se da cuenta.

- Cierra los ojos...,- y pasa su mano sobre su rostro. Patricia cierra el ojo y se deja guiar por Ángel. Avanzan un metro. Giran a la izquierda. Siguen avanzando varios metros. Se detienen. Patricia oye un pequeño chirrido metálico. Quiere abrir los ojos, pero sabe lo que es. Ángel le vuelve a tomar de las muñecas y la hace avanzar un par de pasos.

- Ahora,- le susurra. Patricia abre los ojos. Se maravilla con las vistas que tiene. Están en la habitación de Ángel. La luz apagada, pero las velas que lo adornan iluminan lo suficiente. Ángel se adelanta a la mesilla que tiene al lado de la cama. Abre un cajón. Saca un mechero y prende una ramita de incienso que ya estaba preparada. Guarda el mechero y saca una pequeña caja de cartón. La abre y esparce su contenido por la cama. Rosas. Pétalos de rosas de todos los colores. Patricia nota cómo sus ojos se empapan de felicidad.

- ¡Patricia!,- Ángel acude junto a ella -. ¿Por qué lloras?

- No es nada, Ángel... Simplemente que nadie nunca antes había hecho algo así por mi... Es tan romántico...

- ¿Ni siquiera Dani?,- el rostro de Ángel se enrojece.

- No. Ni siquiera él...,- Patricia se entristece. Ángel la abraza.

- Perdona... No quería hacértelo recordar...,- la besa en la mejilla.

- No hace falta,- Patricia sonríe -. Estar contigo ya me hace olvidarme incluso de mi propia persona,- le acaricia la mejilla.

Ángel la acompaña hasta la cama y la hace acomodarse. Ángel se sienta a su lado. No dejan de acariciarse y mirarse a los ojos, como si aquello fuese a lo más que pudiesen llegar. Se besan. Una. Dos. Tres veces. Cuatro. Patricia baja su mano por la apertura del albornoz de Ángel hasta llegar a su poblado pecho. Ángel se echa sobre ella, haciéndola caer sobre la cama, al tiempo que Patricia le quita el albornoz del torso. Ángel aprovecha y le deshace el nudo de la toalla. Ángel deja de besarla para mirarla. Y ahí estaba ella, tumbada en su cama, con los ojos cerrados como en una especie de ensoñación, el cabello esparramado, los brazos y las manos jugueteando con los pétalos.

- Patricia...,- le dice -. ¿Estás segura de que quieres que lo hagamos?

Patricia abre los ojos y sonríe. Al momento, deshace el nudo del cinto del albornoz, resbalando éste por la espalda del enano, cayendo al suelo.

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