domingo, 3 de enero de 2010

CAPITULO 19

Ángel llevaba toda la mañana encerrado en su camerino. Todo el mundo se interesaba por él. Era extraño verle tan triste. Todos le preguntaban, pero él tan sólo respondía que no quería hablar con nadie. Pero era inevitable que alguien pasara a verle. Todos temían cualquier cosa por su parte.

- ¿Ángel?,- preguntan desde fuera del camerino.

- Ya os he dicho que no quiero hablar con nadie,- se le notaba cierto enfado en su tono de voz -. Dejadme en paz ya. Por favor.- El pomo se mueve. La puerta se abre -. ¡He dicho que me dejéis solo!,- y lanza lo primero que tiene a mano contra la puerta.

- No tires, que soy yo, Berta.

- Vete...,- responde secamente.

Berta no hace caso y entra, con cierto miedo. Ángel, desesperado, le da la espalda. Berta se le acerca lentamente. Ángel la ve por el espejo de su tocador.

- Ángel... Tan sólo quiero hablar contigo. No quiero que te enfades. Tan sólo vengo a decirte una cosa... Y me da igual si tú quieres decirme lo que te pasa hoy, estás en tu derecho de decirlo o no, pero esto creo que es importante,- logra posar sus manos en los hombros del catalán.

- Dime...,- Ángel suspira.

- Que tienes que hacer un programa hoy. Intenta olvidar por dos horas lo que te ha puesto de mal humor y que no afecte al programa. Luego ya puedes jurar en arameo todo lo que quieras, pero en el programa intenta ser el de siempre,- Berta pasa su mirada de Ángel al espejo -. Por favor.

- Lo intentaré...,- responde Ángel, a regañadientes.

Berta le besa en la mejilla, sonríe y le revuelve el cabello.

- Así me gusta.- Se dispone a irse -. ¿Quieres algo? ¿Un poco de agua?

- Vale...

Berta sale del camerino contenta. Ángel se mira al espejo. Aún no lo ha podido digerir. Todo ha sido tan rápido... Pobre Emma... El daño que la hizo anoche no se lo va a perdonar nunca. Aun el mayor martirio del mundo no sería suficiente para olvidar el daño que la hizo al decir esas barbaridades. Porque le parecieron barbaridades. Al poco, Ángel abandona esos pensamientos al oír una pequeña discusión fuera, en el pasillo. Dos voces susurrantes. Familiares. Se acercan. Están junto a la puerta. El picaporte se mueve. La puerta vuelve a abrirse. Ángel se vuelve.

- Que no... Que no... Déjame... No...,- susurra una de las personas que estaban hablando, entrando, a la fuerza, en su camerino, de espaldas. La puerta se cierra.

- Hola...,- susurra Ángel, dándose la vuelta.

- Hola...,- sonríe forzadamente Patricia. Silencio -. Hay que ver cómo es esta Berta, ¿eh?

- Si...,- Ángel no puede ni ver el reflejo de su amiga. Sus ojos no son dignos de tal privilegio.

- Ángel, mira...,- Patricia estaba muy nerviosa -. Yo no quiero estar aquí, y tú no quieres que yo esté aquí, así que...,- y se da la vuelta para salir.

- Sí quiero...

- ¿Cómo?,- Patricia se para en seco.

- Emma... Emma...,- y Ángel termina por llorar.

Patricia, conmovida, se acerca a él y le abraza por los hombros.

- ¿Qué pasa con Emma?

Ángel la mira a los ojos.

- Emma se ha ido de casa.

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