sábado, 26 de diciembre de 2009

CAPITULO 11

Y ahí estaba ella, de rodillas encima de la cama, tapándose avergonzada con una sábana. En verdad, estaba guapa incluso recién levantada. Con su rubio cabello totalmente enmarañado (pareciera pelo de loca de verdad), con el rostro sucio por culpa del maquillaje, los ojos rojos por no haber dormido mucho esa noche, su voz tenía cierta ronquera. Pero seguía siendo una mujer hermosa.

Patricia sujetaba la sábana con sus manos, tapándose el busto. Ángel la miraba. No podía enfadarse con ella. La tenía ahí, delante de él. Habían estado durmiendo juntos, en la misma cama, desnudos. Pero no podía hacerse a la idea de haberse acostado con ella, con todo lo que esa palabra implicaba. Quería creerla, creer en sus palabras, creer que no pasó nada, pero su oculto amor por ella peleaba por su aférrimo amor hacia Emma.

- Ángel,- le dijo Patricia -. Tienes que creerme,- Ángel le dio la espalda enfadado -. Yo sé que amas a Emma, que la quieres con locura, y sé que no quieres perderla. Y por eso te digo que no ha pasado nada. Lamento que no haya pruebas evidentes, pero tienes que creer en mi palabra. Yo también quiero a Emma, es mi amiga, y yo tampoco quiero hacerla un daño tan grande.

Ángel sentía cómo cada vez le pesaba más la cabeza. No podía pensar con claridad.

- Ángel...,- la voz de Patricia comenzaba a flojear -. Si de verdad eres mi amigo, si de verdad amas a Emma, tienes que creerme...,- cada palabra que decía se transformaba en un cada vez más sentido sollozo.

- Patricia,- logró decir al fin el enano -. Claro que amo a Emma, claro que eres mi amiga, pero es que...,- Ángel luchaba por no llorar -. Pero es que tengo una lucha dentro de mí que no puedo controlar. Y aunque quisiera creerte, ya no podría verte a los ojos. Ni a ti ni a Emma. Ninguna de las dos os merecéis que os dirija la palabra nunca más.

- Ángel...

- Soy una mierda. Aunque fiel a una mujer, sigo siendo un tío, y a la mínima de cambio de acuesto con todas las tías que se me crucen por el camino.

- Ángel, eso no es cierto, ¿me oyes?,- se notaba demasiado que comenzaba a llorar -. Eres un tío de puta madre, ¿vale? Muchos tíos deberían ser la mitad de cómo eres tú.

Ángel no soportaba que Patricia llorara por su culpa. Se vuelve. Los dos estaban llorando. Aún con la sombra de ojos resbalando por sus mejillas seguía estando guapa.

- Patricia, por favor... No llores... No llores por mi culpa...

Ángel se acerca poco a poco hacia ella. No sabe muy bien por qué, pero una fuerza extraña le obligaba a ir hacia ella para calmarla. Levanta su brazo, quería abrazarla. Pero cuando estaba a punto de apretarla contra su cuerpo, Patricia reaccionó gritando como una loca.

- ¡No me toques!

Los dos se quedaron inmóviles. Ángel con los ojos como platos y el brazo aún extendido hacia la pucelana. Ella, jadenate, con el horror en su mirada, tapándose con la sábana, tumbada en la cama.

Ángel consiguió reaccionar. Se viste con prisa.

- Ángel...,- responde Patricia, más calmada -. Lo siento... No era mi intención...

- Tranquila, era lo que me esperaba... Yo también odiaría que me tocara un tipo como yo...

- No es lo que piensas. Deja que te lo explique...

- No hay nada que explicar. Todo está ya muy claro.

Ángel sale de la habitación pensando en lo que pudo haber ocurrido esa noche. El grito de Patricia era la prueba definitiva. Patricia trataba de detenerle llamándole desde la cama, en vano.

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